Hoy el Papa ha anunciado que el 28 de febrero renunciará a su Pontificado. Muchos se han hecho eco de esta noticia sin ser muy conscientes lo que conlleva esta decisión, no sólo a nivel eclesiástico o institucional, si no a nivel personal.
Cuando una persona viendo tus aptitudes y tus posibilidades decide otorgarte unas funciones, sientes que tienes que dar lo mejor de ti para desarrollarla. Cuando alguien confía en ti de ese modo; en el momento que tu aceptas, cae sobre tus hombros una responsabilidad. Tomártela en serio hace que de vez en cuando tengas que hacer balance, y ver cómo estas actuando. Verte “incapacitado en cuerpo y/o espíritu" y darte cuenta de que no estas cumpliendo como deberías, hace que tengas que tomar decisiones: cambiar, reinventarte. Cuando ves que aún así sigues sin conseguirlo, sólo tienes una opción: permitir que alguien lo haga mejor que tu. Saber dejar tu puesto con valentía, sabiendo la repercusión que tendrá, para que otro ocupe tu lugar, requiere una humildad y una valentía suprema, al reconocer delante de otros, que no puedes hacer, del modo que a ti te parece correcto, tus labores.
Si por tus creencias religiosas esas funciones engloban tu Misión en la vida, la decisión debe de ser todavía más que complicada, por tener la sensación de tener que intentarlo una vez más, y otra, y otra... Y más cuando no tienes razones externas que ayuden a “quitarte de en medio”, como puede ser el destape de una trama de corrupción o un escándalo mediático. Quizás por ello, para mí, no sea lo mismo que un político dimita, por mucho que sea el Papa, el Jefe del Estado del Vaticano.
Quizás hoy sea un buen momento para pararnos a pensar en nuestras funciones y ver que tal las estamos desarrollando; hacer una "Jornada de Reflexión" en la que hacer balance y ver si estamos a la altura de las funciones que nos fueron encomendadas.
Quizás haya hoy, alguna que otra dimisión más.
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