Hace tiempo mi madre me dijo que le gustaba escuchar como iba cambiando el ritmo de la ciudad a lo largo del día y del año.
Desde entonces, presto atención a la melodía diaria.
Si abres la ventana, puedes sentir como el ritmo y los instrumentos que tocan cada día son distintos: los lunes suenan diferentes a los viernes y los sábados muy diferentes a los domingos. Y si hablamos de principio o final de mes, los cambios son aún mayores. Ser consciente de ese cambio, hace que cuando te asomes por la ventana, o pasees disfrutando de la ciudad que te está viendo crecer, sea mucho más lo que veas; y que esa calle que pisas todos los días sea, aunque parezca incomprensible, cada día diferente.
Los sábados por la mañana, suenan a pasos que avanzan: a movimiento. Muchas personas trabajan, y muchos aprovechan ese ratito libre, para hacer todas las compras que no han podido realizar durante la semana. Si te paras, te das cuenta que el trasiego de coches es mucho menor, y puedes escuchar cada paso de los viandantes. Los sábados por la tarde, suenan a reunión entre amigos. A cañas en una terraza y a un acordeón que toca boleros. Y por la noche: a baile con tacones al ritmo del último hit de la radio.
Los domingos por la mañana, suenan a familia. A aperitivo al solecito tras estar en el parque con los abuelos. Al mediodía: calma, porque en las casas se escuchan las bandas sonoras de una peli mala con mantita y chocolate. Por la tarde suena a tranquilidad, a pausa: a verano madrileño, aunque esté nublado, llueva o truene, porque en domingo, Madrid, siempre está en verano. Y por la noche a paso de peatones: a pajaritos que pían para indicarnos que podemos pasar, o al silencio sordo de la soledad cuando el muñequito está en rojo.
Quizás por ello el domingo, es uno de mis días favoritos, y quizás tambien por esto, para mí las semanas comiencen cuando para otros terminan.
Feliz verano.
Feliz domingo.
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