#relatocorto. El faro, el mar y el farero.






El faro, robusto, implacable, se muestra firme entre las olas del mar. 
Su misión es clara: alumbrar. 
A veces duda si su misión es alumbrarse a sí mismo de la oscuridad de la noche o al resto de barcos que como ciegos, surcan los mares de aquel mar tan frío. 
Sin descaso y sin pensar, hace girar la luz alrededor de sí mismo: un giro, dos, tres.. no cesa, no se cansa. No quiere pensar en los embistes de las olas, ni en el número de grietas que están empezando a aparecer en el lado izquierdo de la puerta de acceso. Los años pasan para todos, pero tiene que aprovechar el número de minutos que será capaz de aguantar la bombilla que le han instalado esta noche. Tiene una misión, y deberá cumplirla.

Haciendo sus movimientos, casi de un modo automático, cuando ilumina al Este, siente que es capaz de parar las olas con su luz como si hubiera desarrollado algún tipo de superpoder que le hicera capaz de congelar todo lo malo que se le acerca. Se siente fuerte, libre y capaz de enfrentarse a cualquier maquiavélica ola. 
Al llegar al Sur se encuentra el silencio más oscuro, la nada. Una combinación entre altas horas de la noche y un pueblo vacío, deshabitado, donde hacía algún tiempo alguien pensó que era un lugar bonito para vivir, pero donde ahora, no hay más que casas deshabitadas que traen recuerdos de familias que se fueron en busca de un lugar más productivo para vivir. El humo del coche del farero, quien le dió el pistoletazo de salida a aquella jornada laboral, puede verlo en la carretera que conecta con el pueblo de al lado, "el también huye de aquí", piensa el triste faro, " si pudiera yo también me iría", creando  sin darse cuenta una grieta más, al lado de la ventana del puesto de control.
Al instante siguiente, justo cuando le toca alumbrar al lado Oeste, sin saber muy bien porqué, agacha la cabeza sin más y se deja ganar la partida. La luz del faro tiembla, hacía mucho que no lo hacía; pero las crestas de las olas parecen las aletas de muchos tiburones dispuestos a morderle. La frecuencia a este lado es cada vez mayor, aunque duda si es el número de ondulaciones lo que aumenta o la velocidad con que se acercan. Rápidamente cambia e ilumina al Norte, calma, tranquilidad, parece que todo ha pasado.

Sabe que tendrá que estar así al menos 10 horas, cambiando una y otra vez de orientación, como una brújula mal ajustada que trata de ubicar el norte para guiar a los barcos. "Guiar, alumbrar", esa le han dicho que es su misión. Y menuda misión. Mientras agacha los hombros, como cuando somos conscientes del duro trabajo que nos queda por delante, llega el Farero. 
Con su barba blanca y sus manos frías toca la piel del faro, y sube a través de él. Parece que no viene solo. Unos pasos tratan de alcanzarle. No sabe quién es. No los reconoce, son pasos lentos, ligeros, nada que ver con los tacones que había escuchado el año anterior. 

-Cuando yo no esté - dice el Farero-  tendrás que encargarte tu de cuidarle. Del mismo modo que su misión es alumbrar a todo el mundo, tú, tendrás que encargarte de que siempre esté bien. De que estas grietas le oxigenen pero que acaben cerrando por dentro lo suficiente, como para que nunca llegue a entrar el agua aquí. En saber todos los días si está bien o qué es lo que le pasa cuando sus ojos ( esta gran ventana desde donde vemos nuestra casa), se comiencen a agrietar. Saber porqué sonríe de un modo más pequeño o cuando le tiembla la voz en las noches con marea agitada. Y en saber cambiarle la bombilla antes de que su luz se apague.
Serás el encargado de cuidarle en las noches más oscuras, como a mí me encargaron cuando cogí por primera vez tu mano. Hoy tú se la das a él, ¿estás preparado?

Y sin esperar a su contestación, cogió su manita y apagó el interruptor. El Faro, dió una última vuelta sin que brillara su bombilla por la inercia del giro del motor, pero sintiendo como los rayos solares le hacían cosquillas y se reflejaban como antes lo había hecho su luz artificial.

Un "Sí, eztoy preparado." rompió el silencio de la noche junto con la carcajada de un abuelo orgulloso. "Yo también lo estoy, pero dejémoslo para esta noche Jefe, necesito descansar" susurró el Faro, y un "Estupendo, esta noche empezamos" puso fin a la conversación y a la jornada laboral. 





6 comentarios:

  1. Sin ser de sitio de costa, sin echar de menos el mar, los faros me parecen mágicos.. y tu relato también.

    ResponderEliminar
  2. Saber que hay alguien que mira por ti aun cuando creías que no es perfecto. Supongo que el faro lo tiene porque él también mira siempre por otros.

    Un abrazo!

    ResponderEliminar
  3. Supongo que todo héroe debe tener un hombro en el que apoyarse, y que los mayores sacrificios los hace gente de la que nunca escucharás nada, ni a la que podrás aplaudir, ni reconocer su mérito.

    Cuídate.

    ResponderEliminar
  4. :-) Ser farero tiene que ser un oficio bonito, tranquilo y con grandes vistas. Un oficio que requiere cariño, cosa que ya se ha perdido en la mayor parte de trabajos.

    Me ha sacado la sonrisa este cuento.

    Abrazos.

    ResponderEliminar
  5. Me encanta, he encontrado tu blog navegando por otros, y la descripción de "porqué este blog" ya me conquista. Te voy leyendo,escribes muy bien. Un saludo desde un faro que va apagando la luz.

    ResponderEliminar

hoy no te acostarás sin ... ¿ comentarme? Anímate!