Hoy, tras la insistencia de una de mis mejores amigas de ver "¡Olvídate de mí!", he tenido la suerte, porque siempre hay que ver el lado positivo de las cosas, aunque sea de estar en casa sin poder ir a trabajar; de ver una de sus películas favoritas.
Lo cierto, es que cuando ves una película sin ningún tipo de opinión previa salvo una recomendación, verla sin pretensiones, es fácil.
Comentándola con ella, coincidíamos en nuestra escena favorita, lo que parecía indicar que ambas habíamos captado la "misma esencia". Para no destriparos la película simplemente os diré que habla de los recuerdos.
En ocasiones, tenemos la sensación de que los recuerdos nos hacen daño, porque de algún modo nos trasportan a una realidad ya vivida en la que ya no estamos. Tratar de borrarlos, es inútil. Cada uno de nuestros recuerdos se mantienen vivos en nuestra memoria, por un fin: recordarnos aquello que aprendimos con ellos.
Intentar eliminarlos, es borrar lo aprendido, y borrar lo aprendido es retroceder.
El problema que tienen los recuerdos, es que son muy traicioneros. Leí en un libro de Eduard Punset, que los recuerdos nos engañan. Nuestro cerebro es incapaz de guardar toda la información acerca de todo lo que vivimos, asi que, sólo guarda lo que le parece importante. Cuando nosotros tratamos de recordar, cogemos esas pincelas guardadas de hechos importantes en nuestra vida y las unimos del modo que más nos conviene, por lo que, de lo vivido a lo recordado, hay un ligero matiz de mentira y de verdad. Por ello aferrarse a los recuerdos, no sólo es inútil, si no doloroso, porque lo creado en cada recuerdo, por regla general, coincide con nuestros deseos y no con la realidad vivida.
Saber afrontar con valentía los recuerdos y darse cuenta de la realidad de hoy, hace que de algún modo la vida, continúe de la forma más sana posible, permitiendo que se sigan creando y destruyendo recuerdos sin más pretensión que la de vivir para seguir aprendiendo y no volver a caer en los mismos errores.
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