ser un poco anticuario.




Hablando con una pequeña violonchelista, coincidíamos ambas, en que las cosas más antiguas tienen en un "no se que, que qué se yo" especial. Supongo que ambas coincidíamos, porque somos unas románticas. Escuchar un disco en una gramola, no tiene nada que ver con escuchar una canción en el spoty, aunque esto último sea mucho más accesible e incluso con mejor calidad musical.

La mayor parte de las cosas de antaño tenían más calidad que ahora, incluso como se hartan de repetir nuestros abuelos, tenían colores más vivos, sabores más fuertes y eran más sanos. Otros, tenían menor calidad, y hemos ganado con el cambio, aunque nuestros nuevos artilugios no conserven esos matices que hacen que sean piezas únicas e irrepetibles. 

Saber conservarlas, hace que de alguna manera, esas cosas conserven las pequeñas historias que guardan en su interior, provocando que de algún modo vivan, transformándolas en objetos muy valiosos, desde un tomate con verdadero sabor a campo (tenía que poner mi toque ambiental), a un teléfono de rueda como el que debe de estar usando el peque de la foto.



Saber recibir esa esencia,  es lo que hace, a los anticuarios, comprar esos objetos en un principio inservibles, para hacerlos otra vez renacer. Es lo que convierte lo antiguo en nuevo, y lo nuevo en valioso. 

Podríamos ponernos como propósito para el año nuevo, ser un poco como esos anticuarios. Buscar a nuestro alrededor las cosas que nos rodean, hacer una selección entre aquello que merece la pena y aquello que sólo acumula polvo. Acercarnos, visualizarlo, repararlo si fuera necesario y reutilizarlo dándole el valor que se merece, o que al menos nos merece a nosotros.
Y no sólo hablo de objetos. 


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