Desde hace tiempo guardo una relación de amor y odio con las estaciones. Por suerte o por desgracia desde hace años, he tenido que pasar "mucho tiempo en ellas" y aunque guardo un dulce recuerdo por la rutina de ir a la Universidad desde la de Avenida de América o Chamartín, por las casi pérdidas de autobuses de la estación de Méndez Álvaro o las bienvenidas de la estación de Atocha; las despedidas y la esperas en sus bancos, no se acaban de borrar de mi memoria. No sólo las mías para con otros, si no también las de aquellos que sin conocerles, les he visto marchar lejos de la estación dejando en ella parte de su historia.
Joaquín Aragón Vega (Blog: A bocetadas)
Quizás sea porque ahora hago trasbordo en Atocha, porque en las ultimas películas que he visto (El secreto de sus ojos y Antes del amanecer) tienen escenas importantes en estaciones o porque el fin de semana pasado mismo, ví a una chica llorando en la Estación Sur; hacen que esas imágenes no se borren de mi memoria, ni de mi retina.
Cuando emprendemos un viaje, inevitablemente algo se rompe y se desprende de nosotros mismos. Y por regla general es el precio del billete que compramos. Sí. En ocasiones, las que menos, sólo es la pérdida de saldo en nuestra cuenta corriente; pero otras, es un precio algo superior.
Un viaje cambia conciencias, cambia visiones, y en ocasiones, como por desgracia está pasando muy a menudo, al menos en mi entorno, implica un cambio de vida, quizás en Alemania o en NY, quién sabe. El que esos cambios, realmente se materialicen en nuestra persona y sean positivos, no sólo dependen de nuestras circunstancias, si no también de la posibilidad que le demos a nuestro viaje de transformarnos por dentro y quizás también por fuera.
Hoy he quedado para preparar el itinerario del Camino de Santiago. Quizás no haya un viaje más cercano con más aspiraciones de cambio o de transformación que ese. Al menos, el entorno y la compañía lo harán y darán para alguna que otra entrada en este blog; aunque claro, a veces escribir sobre conversaciones en cantinas o caminos, que van más allá de lo que se diría en un ascensor, es cuanto menos, precipitado o predecible.
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