El hombre destrenzado.

Allí estaba el un día más. Con su barba de tres o trece días, sentado en el banco del Metro. Esperando que llegara su tren o su destino.

A veces le veía pasar, y si el conductor no le convencía no se montaba. No quería confiar su vida a alguien que de primeras no le diera confianza. La vida era, junto a su cabellera, el gran tesoro que le habían confiado al nacer.

Cada mañana, con una aguja de punto, como si de una rasta se tratase, tejía su trenza como lo hacia su madre años atrás.Era una tarea difícil, pero sabia que no tenia otra opción. Según le había dicho su madre, si quería conservar su libertad, tenía que conservar su trenza.

Ese día era un lunes de finales de marzo, y tras seleccionar tren, vagón y asiento sucedió algo especial: un flechazo. Sus ojos se posaron en los suyos y como si de un magnetismo se tratara, se mantuvieron la mirada sin poder hacer nada para remediarlo.

 Como si de un imán se apoderase de si y él fuera una simple y sencilla lamina de hierro, se fue acercando hacia esa persona que había conseguido atrapar sus pensamientos, su cuerpo y también su voluntad. Sin quererlo fue atravesando los vagones reduciendo la distancia entre los dos. Según lo hacia, iba perdiendo su voluntad, su energía y su trenza. Con cada paso, su libertad como sus lazadas se iban desvaneciendo como el humo entre los dedos de quien fuma.

Ilustración de Sara Herranz

Debe ser que con el amor, la metáfora se convierte en profecía, porque quien ama huye de algún modo, de la esclavitud de la libertad.

Reto del Club de las Malas Costumbres.

Relato surrealista