una conversación en un taxi.


Ayer por la noche me trajo a casa un taxista muy majo de Nigeria. Le pregunte qué tal había ido la noche y me dijo que no se podía quejar. Había podido hacer muchas carreras, pero eso suponía que hoy sábado, iba a hacer menos. Que los españoles no sabíamos controlar el dinero, y por eso a final de mes no había movimiento de "capital".

Me habló del método de pago de salario de otros países europeos, y me dijo lo bien que nos vendría a los españoles. Cobrar semanalmente nos podía permitir ser conscientes del dinero del que disponíamos,  y pudiendo manejar el dinero a pequeña escala podríamos tener mayor control. 

También hablamos de los salarios; de cómo a su mujer le iban a reducir la jornada de 8 a 4 horas, y como muchos de sus compañeros habían aceptado por miedo; por no saber si encontrarían algo mejor, aunque firmando reconocieran un cambio sustancial en su contrato de trabajo. Me habló de corrupción, de cómo hasta cierto modo podía entender que en su país, tratándose de uno “tercer mundista” fuera compatible el engaño y la sociedad, pero que le parecía impensable que aquí en Europa no sólo se consintiera, si no que se aceptara, tratándose de un ”país desarrollado” al que otros países tomaban como referente.


Oírle hablar en esos términos: tercer mundo, incumplimiento de contratos, de corrupción, país desarrollado .. ha hecho que me avergüence una vez más de España. Aunque en este caso ha sido diferente. 
Ha conseguido sacarme los colores, porque no eramos dos los que nos quejábamos de esta sinvergonzonería. Era uno que parecía pedirle explicaciones a otro, el cual no sabía no solo responder, si no justificar estos comportamientos.

No hay derecho a esto que estamos viviendo.
No hay derecho a que una vez más, la respuesta sea otra opción igual o peor.
No hay derecho a que la única opción que parezca viable sea, no dejar de creer en la democracia, pero sí en la viabilidad de su funcionamiento, por las alternativas que nos ofrece.


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