Sobrevivir en el metro de Madrid (en cuerpo y alma).



(Basado en hechos reales)

Vivir en Madrid supone coger el metro casi por obligación. El problema viene cuando lo coges a diario y sientes la necesidad de tener que demostrar tu valía para sobrevivir en cada trayecto. Sobrevivir en el amplio sentido de la palabra: en cuerpo y alma.


En cuerpo porque se convierte en una pequeña selva en la que cada animal intenta preservar su espacio. ¿Cómo? Entrando con cara de pocos amigos e intentando por todos los medios que su espacio quede libre de cualquier extraño, cualquier cosa vale, abrir las piernas, poner los brazos en jarras para clavar algún que otro codo e incluso pisando a quién haga falta para salir o entrar, para coger asiento, o para apoyar la espalda. Porque cuando tener espacio donde agarrarte es un privilegio, tener un hueco para colocar tu libro es demasiado.

Y en alma, porque si no tienes una personalidad fuerte, es fácil que nadie te respete. Que estando el vagón libre, decidan ponerse justo delante tuyo, o que te hagan maltrato psicológico, poniéndote todas las maletas cerca para que irremediablemente dejes el sitio tan codiciado de al lado de la puerta, donde llega mejor el oxígeno.



Es curioso, porque también hay normas no escritas que todos seguimos y que hacen que sea un poco más cómodo viajar en el suburbano; como la de montarnos en las escaleras mecánicas por el lado de la derecha, dejando libre el lado izquierdo para los más rápidos. Pero la que me hace más gracia de todas, es la de ocupar los asientos extremos de cada vagón. El otro día, se me ocurrió permanecer en mi lugar, y estuve dos paradas con el vagón a rebosar, sin que nadie  se sentara ni a mi derecha ni a mi izquierda (era un experimento, pero que alguien me lo explique). 

Otro experimento sobre el que estoy tomando datos, es el de sujetar la puerta y permanecer el tiempo que haga falta sujetandola mirando a los ojos del viajero que viene; y haced la prueba, ocho de cada diez sujetan la puerta al siguiente. Creo que es un tema de cargo de conciencia y de tener la sensación de continuar esa "cadena de favores", pero seguiré indagando.

Tengo en mente otros experimentos ( tengo dos trayectos diarios y no todos los días tengo la inspiración para escribir entradas), y os contaré las conclusiones. Pero para que lo sepáis, el objetivo de cada uno de los estudios será humanizar la selva suburbana, que aparte de ser un título que vende mucho, creo que es 100% necesario. ¿y tú que haces?




3 comentarios:

  1. Qué raro, los asientos suelen ser lo más codiciado del metro, no suelen durar mucho tiempo vacíos, aunque sí que es cierto que en la medida de lo posible la gente procura sentarse lo más alejados posible unos de otros.

    Lo que menos soporto de viajar en metro es cuando alguien se salta la regla de dejar salir antes de entrar.

    Un abrazo!

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  2. A mi también me saca de quicio, aunque lo que se lleva la palma, es cuando se ponen justo delante tuyo, de espaldas, haciéndote creer por unos segundos, que no existes.

    Un abrazo!

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  3. Yo el experimento de la puerta si le había practicado. Y está comproado que siempre miran buscando al siguiente al que sujetarle la puerta.

    En fin, sigue buscando experimentos dentro de esa jaula de hamster en la que viajamos al trabajo.

    Cuídate.

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